El COVID-19 en Medio Oriente

Por Atilio Molteni, 18 de abril de 2020

El COVID-19, descubierto en Wuhan (China) en noviembre de 2019, es un gravísimo peligro para la salud global. Una pandemia como ésta era previsible, pero la comunidad internacional no se preparó con tiempo para enfrentarla. Cuando tuvo lugar, Corea de Sur, Singapur y Taiwán actuaron eficazmente cerrando sus fronteras, utilizando pruebas exhaustivas y tecnología digital para fiscalizar su expansión, dada su facilidad de contagio y mutación. Pero otros países no actuaron con el mismo rigor y a mediados de abril los casos confirmados superaban los dos millones y los muertos eran más de ciento treinta y dos mil. Para los especialistas las cifras reales pueden ser mayores, al no registrase muchos casos o por el ocultamiento de las estadísticas en otros.

El COVID-19 ha causado también una conmoción económica, social y geopolítica, dado que es un punto de inflexión en la historia que está causando cambios profundos, donde las fronteras se transformaron en barreras. Incluso puede generar una globalización con características distintas a las actuales, al estar comprometidas las cadenas de suministros. Además, los Estados no quieren ser más dependientes de otros en diversas actividades que ahora han pasado a considerarse esenciales. Por otro lado, existen distintos escenarios: uno de ellos, lo considera un problema agudo que hace necesario utilizar medios masivos para reparar los daños económicos de la oferta y demanda, evitar se afecte el tejido social y lograr la reconstrucción después de la pandemia y superar la recesión. Otra alternativa, de la cual participan intelectuales como Fareed Zacaría, lo considera un colapso económico devastador de proporciones históricas, que puede agravar los enfrentamientos políticos y sociales ya existentes, crear otros de magnitud y modificar la configuración del orden mundial, donde las opciones irían desde el populismo nacionalista a la cooperación internacional. Se debería a que en el mundo la disminución del PBI superaría al 10%, con la mayor pérdida de actividad desde hace 90 años por la Gran depresión y millones de desempleados.

La vuelta a la normalidad y la reapertura económica está lejos, si bien hay algunos signos relevantes en algunos Estados, como la disminución de casos y cierta reactivación muy gradual, pero es una decisión muy problemática, pues los gobernantes deben equilibrar la seguridad pública con la puesta en marcha de la economía. A su vez, la confrontación política consecuencia de la pandemia va en aumento. Un ejemplo es la decisión del 14 de abril del presidente Trump reteniendo fondos destinados a la Organización Mundial de la Salud (34% de su presupuesto), cuestionando su gestión ante la crisis, mientras acentuó sus críticas al Gobierno chino por ocultar la gravedad y diseminación de la enfermedad, con consecuencias catastróficas para el mundo. Es un nuevo tema de la creciente competencia entre las dos potencias.

Mientras el COVID-19 afecta a todos, las respuestas de los Gobiernos han sido distintas. Una región destacable es Medio Oriente, siempre caracterizado por sus tensiones geopolíticas y sectarias. Allí el país más afectado ha sido Irán, con un número de contagios próximo al denunciado por China, pues a mediados de abril eran 76.000 con más de 4.700 víctimas. La propagación del virus se habría originado a mediados de febrero en la ciudad religiosa de Qom, llevada por religiosos o trabajadores chinos. A fines de ese mes ya existían casos en la mayor parte del país, pero recién el 16 de marzo el presidente Hassam Rouhani impuso una cuarentena en los lugares religiosos y otros lugares, pero sin restringir todas las actividades por el impacto en una economía ya lesionada por las sanciones internacionales, la disminución dramática del precio del petróleo (por la tardanza de alcanzar un acuerdo entre los grandes productores y la baja del consumo mundial), la mala administración y la corrupción gubernamental.

El 16 de abril el Gobierno dispuso de un fondo de 1.100 millones de euros para ayudar a la economía y otras medidas de apoyo al sector privado y a las numerosas familias carenciadas, pero el impacto del coronavirus ya era muy evidente. Está pendiente un pedido de financiación al FMI por 5.000 millones de dólares, al cual Estados Unidos se opone argumentando que Irán ya dispone de fondos suficientes, y por la posibilidad de que utilice esos fondos para financiar sus aventuras en el exterior.

De esta manera el COVID-19 es un nuevo elemento que se une a las acciones de Washington para obtener un cambio en los teócratas iraníes, que representan a un Gobierno revolucionario que desde 1979 sólo aceptó una disminución parcial de sus desarrollos nucleares en 2015, pero tres años después fue dejado de lado por el presidente Trump sin grandes resultados, posición resistida por los demás miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Ahora su objetivo sería continuar con su campaña de “máxima presión”, sumada a la esperanza de que se origine un mayor descontento interno con las políticas extremas del Líder Supremo Ali Khamenei y de la Guardia Revolucionaria. El objetivo fundamental sería detener a Irán en su proyecto regional, donde se consolidó en El Líbano con su cliente Hezbolá, tiene gran influencia en Siria, y existe una confrontación por la suerte de Iraq, donde se enfrenta con las minorías sunitas y kurdas, e incluso con sectores chiitas que no le son favorables. También es un momento en que un menor activismo de Teherán es importante para lograr acuerdos que permitan negociar y consolidar la pacificación de Afganistán y Yemen.

Mientras tanto los Países árabes del Golfo se encuentran inmersos en distintas clases de cuarentenas y donde la mayor dificultad se relaciona con los trabajadores migrantes de múltiples nacionalidades, que ahora no tienen trabajo, están aislados y no disponen de protección médica o social. A su vez, en Medio Oriente existe el peligro que algunos de los líderes de los países que lo componen (22), traten de explotar la crisis para perseguir a las minorías o a los disidentes, escalen los conflictos para obtener ventajas concretas, o que los actores no estaduales como Al-Qaeda o los remanentes de Emirato Islámico intensifiquen sus acciones terroristas.

En Israel el primer caso se constató el 21 de febrero, pero esta semana ya superaban los 12.500 con 140 víctimas fatales, siendo una de las tasas de mortalidad más bajas debido a que en otros países llega al 6.3%. Se debe a una estructura de salud pública que le permite actuar eficazmente contra la pandemia, e incluso está adelantado en el esfuerzo internacional para encontrar una vacuna. No obstante, rige un estado de emergencia, y las escuelas y los negocios están cerrados, como parte de una estrategia que tiene elementos de prevención, protección y contención bastante eficaz. Ahora se está discutiendo la salida de la cuarentena en cuatro etapas según el tipo de actividad, debido al achatamiento de la curva de contagios. Sin embargo, enfrenta problemas particulares: los derivados de las condiciones de vida de la población ultra ortodoxa y los efectos del virus en sus vecinos palestinos, especialmente en la Franja de Gaza donde habitan dos millones de personas en una situación extremadamente precaria. En ambos casos aumentan las posibilidades de contagios.

Se llegó a pensar que el COVID-19 sería el fin de la carrera política de Benjamín Netanyahu, pero el 16 de abril fracasaron las conversaciones que mantuvo con el presidente del Partido Azul y Blanco, Benny Gantz para formar un Gobierno de emergencia entre ese Partido y el Likud, que no son oponentes ideológicos pues sus concepciones políticas y sobre la problemática israelí son bastante parecidas, pero la ruptura fue consecuencia de la pretensión de Netanyahu de obtener una solución legal que impediría a la Corte Suprema de Justicia afectar su estatus de Primer Ministro (en ejercicio o como alterno), si avanza la investigación en su procesamiento.

Como consecuencia de esta situación, el presidente Rivlin devolvió el mandato a la Knesset. Ahora empezó a correr el plazo de 21 días, para que cualquier parlamentario forme un Gobierno si consigue el apoyo de una mayoría de los 120 legisladores. De lo contrario, habrá una cuarta elección el 7 de mayo, en la cual Netanyahu espera ser el ganador capitalizando su gestión enfrentando al COVID-19. Es otra consecuencia imprevista de esta terrible enfermedad.

Atilio Molteni, Embajador (R)