El kemalismo y la orientación de la política exterior turca

Por Sebastián Acerbi, 25 de agosto de 2020

Recientemente, el gobierno de Turquía presidido por Recep Tayyip Erdogan fue criticado por distintas figuras occidentales por su decisión de reconvertir la Basílica de Santa Sofía a una mezquita. Este emblemático edificio fue construido en el siglo VI por el emperador Justiniano I y funcionó como una iglesia cristiana hasta la conquista de Constantinopla por parte del Imperio Otomano, en 1453, cuando el sultán Mehmet II ordenó su conversión a una mezquita. Cinco siglos después, tras la caída del Imperio Otomano y la fundación de la República de Turquía, Kemal Ataturk trasformó la mezquita en un museo, lo que siguió siendo hasta la decisión de Erdogan.

La historia de Santa Sofía ilustra una de las grandes tensiones que atraviesa la historia de Turquía durante el siglo XX. El surgimiento de la República de Turquía, forjada en las ruinas del Imperio Otomano, está marcado por una ideología particular: el kemalismo (1). La tesis fundamental de esta línea de pensamiento es que Turquía debe reorganizarse de acuerdo al modelo occidental del Estado – Nación, a través de la constitución de un Estado secular y republicano y de una única nación turca. A su vez, el kemalismo implica un rechazo explícito de la organización imperial, multinacional y profundamente islámica que caracterizó al Imperio Otomano, que es vista por sus defensores como la principal causa de su colapso. Para la elite que comienza a dominar el nuevo Estado turco, Occidente, y Europa en particular, se posicionan como el único modelo de civilización válido, del cual Turquía debe formar parte para garantizar su supervivencia.

En este artículo proponemos que la construcción particular de la identidad turca que realiza el kemalismo cumple un rol determinante en la formulación de la orientación de su política exterior durante buena parte del siglo XX. Al mismo tiempo, también consideramos que la crisis en la que entra esta perspectiva es uno de los factores que contribuye a explicar los cambios en la política exterior turca que tienen lugar en las últimas décadas de dicho siglo, y en particular la orientación de la misma a partir de la llegada al poder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkinma Partisi)en 2002. Para eso, nos regimos por el marco teórico formulado por Alexander Wendt, quien plantea principalmente que las identidades tienen un rol preponderante para la determinación tanto del accionar de los Estados como de propias las características del orden internacional. En particular, nuestra hipótesis descansa sobre la idea de que la construcción del interés nacional que persiguen los Estados no depende exclusivamente de factores materiales, sino que está influenciada en gran medida por las ideas. Por lo tanto, comenzaremos analizando la génesis y las características del proyecto kemalista, para después adentrarnos en cómo este influenció la política exterior del país durante el siglo XX y cómo su declive permitió el surgimiento de un nuevo consenso,  que llega a su punto cúlmine durante el gobierno de Erdogan.

El ideario pro-occidental y modernizador que lleva a la formulación del kemalismo lo precede por varios siglos. Este tiene su origen en el período de decadencia del Imperio Otomano que comienza en la segunda mitad del siglo XVII y se profundiza en el siguiente, a partir del cual la posición relativa del Imperio frente a las monarquías europeas se va reduciendo cada vez más, en términos tanto económicos como militares. La inferioridad militar era de especial preocupación para las autoridades otomanas, que decidieron enviar funcionarios a Europa para estudiar las causas de la nueva superioridad europea, las cuales yacían principalmente en su uso cada vez más intensivo de la ciencia y la tecnología en el ámbito militar. En consecuencia, el Imperio Otomano decidió establecer nuevas academias profesionales que formasen militares, médicos, ingenieros y burócratas según un plan de estudios occidental. A continuación, en el siglo XIX, implementaron una serie de reformas más profundas, denominadas como las tanzimat, que apuntaban a modernizar la estructura administrativa y económica del Imperio, con una fuerte influencia del código legal francés.

A pesar de todas estas reformas, para fines del siglo XIX estaba claro que ellas no habían logrado revertir la decadencia del Imperio. Sin embargo, las reformas llevaron al ascenso de una nueva élite burocrática educada en los valores occidentales que se organizó, a través de diversos grupos, para abogar por la profundización del proceso de occidentalización y modernización del Imperio. Quizás el más importante de ellos para la formación de la ideología kemalista es de los “Jóvenes Turcos”, responsables de la revolución de 1908 contra el conservador sultán Abdul Hamit II y del control del imperio desde ese momento hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. A diferencia de los movimientos modernizadores previos, como el de los “Jóvenes Otomanos”, ellos descartaron cualquier intento de conciliar los valores occidentales con las tradiciones islámicas del Imperio. Después de la guerra, cuando se estaba debatiendo el grado de occidentalización a ser adoptado, Ataturk se posicionó en una postura similar y argumentó que lo que el país requería era una transformación radical que elevase a Turquía al nivel de lo que él y sus contemporáneos entendían como “la civilización contemporánea”, es decir, europea.

Por lo tanto, la construcción de la República de Turquía constituye un proceso de occidentalización dirigido desde las elites estatales caracterizado por la hostilidad hacia el Islam y la cultura árabe, y el intento de construir una nación turca secular gobernada según principios republicanos y ubicada dentro del abanico de la civilización occidental. La conversión de Santa Sofía de mezquita en museo es una de las tantas medidas a partir de las cuales se construyó este proyecto. Sin embargo, como demuestra la decisión de Erdogan, el proyecto secularizador del kemalismo nunca logró la conversión total de la sociedad turca. En cambio, el país se dividió en dos Turquías distintas: una occidental, ubicada en las grandes urbes y asociada a la elite gobernante y una islámica, rural y primordialmente plebeya. A lo largo del siglo XX, el balance de poder entre estos dos polos de la sociedad turca fue variando. En general, se puede afirmar que, en lo que respecta al control del Estado, el kemalismo tiene un rol predominante desde la fundación de la República en 1923 hasta el último cuarto del siglo XX, en donde comienza un proceso de erosión del consenso kemalista acompañado del gradual retorno de elementos islamistas a la escena política turca. Esta dinámica de auge y crisis del kemalismo constituye, por lo tanto, un hilo conductor que atraviesa la historia del país y que, según creemos, está estrechamente vinculado con las prioridades y preferencias del Estado turco, particularmente en materia de política exterior.

El vínculo entre la auto-percepción de Turquía como una nación occidental y su política exterior ya ha sido explorado por varios autores. Yücel Bozdaglioglu argumenta que la decisión turca de buscar la integración dentro del grupo de las naciones occidentales es producto de la la construcción identitaria realizada durante los años de la Guerra de Independencia, entre 1917 y 1923. El autor destaca en particular la importancia que se le dio en ese momento fundacional a la noción que Turquía debía ser parte de la civilización occidental, como se puede ver en el discurso que hace Ataturk el día de la fundación de la República:

“Our object now is to strengthen the ties that bind us to other nations. There may be a great many countries in the world, but there is only one civilization, and if a nation is to achieve progress, she must be a part of this civilization...The Ottoman Empire began to decline the day when, proud of her successes against the West, she cut ties that bound her to the European nations. We will not repeat this mistake”. (2)

Este fragmento es interesante puesto que se puede ver como presenta de forma explícita la necesidad de que Turquía fortalezca los vínculos con Europa (y, posteriormente, con los Estados Unidos) para asegurar un lugar dentro de las naciones occidentales. Siguiendo esta línea, durante buena parte del siglo XX las relaciones internacionales de Turquía estuvieron caracterizadas por un fuerte alineamiento con Occidente, en particular a partir de la Segunda Guerra Mundial. Durante las primeras dos décadas de la Guerra Fría, el país se unió a la mayoría de las alianzas y los pactos de seguridad occidentales, tales como la OTAN en 1952 y la Organización del Tratado Central tres años después (en ese entonces conocida como la Organización del Tratado de Medio Oriente) e incluso envió 4500 soldados a pelear en la Guerra de Corea. En este período, el país mantuvo un vínculo especialmente estrecho con los Estados Unidos, a pesar de que su relación pasó por dos grandes momentos de tensión vinculados a las crisis de Chipre de 1963-64 y 1974.

La primera de estas crisis fue el producto del surgimiento de un conflicto violento entre la población étnicamente turca y griega de la recientemente independizada República de Chipre. Turquía decidió intervenir en el conflicto pero su entrada en el mismo fue bloqueada por el gobierno norteamericano, que alegaba que la intervención llevaría a un conflicto armado entre Turquía y Grecia, ambos países miembros de la OTAN. La importancia de este evento radica principalmente en que llevó a que se abra un debate en el cuál se puso en cuestión la utilidad de la participación en la OTAN y del alineamiento que caracterizo las primeras décadas de la historia de la República, principalmente por parte de académicos. El debate es interesante puesto que los argumentos expuestos por ambos bandos no se limitan al orden de lo pragmático, es decir, a los beneficios materiales, o la carencia de ellos, que provenían de la relación con Occidente. Por el contrario, los defensores del alineamiento con Occidente y la pertenencia a la OTAN sostenían que dicha alianza era parte de la identidad del país, por lo que la salida de la misma era un rumbo impensable. En esos términos lo presenta el primer ministro Suleyman Demirel cuando, en 1968, señala que la alianza era un “manifestación de la identidad y el destino” (3) de los países democráticos. Para finales de la década del ‘60 y comienzos de la siguiente, la participación de Turquía en la OTAN contaba con el consenso de toda la elite política del país.

El debate acerca de los costos y beneficios de la política de alineamiento con Occidente ha sido continuado por los autores modernos. Nicholas Danforth, quien plantea que en general la historiografía ha tendido a exagerar la importancia de la ideología y la construcción de la identidad en la política exterior turca, argumenta que sus decisiones respondían principalmente a un criterio pragmático en el cual prima la seguridad por sobre las consideraciones ideológicas. Por el contrario, Bozdaglioglu señala que no está claro que dicha política exterior haya resultado en una posición de mayor seguridad para el Estado turco. Él sostiene que la pertenencia a la OTAN ponía a Turquía en riesgo de ser arrastrada hacia un conflicto del cual no saldría beneficiada o de ser objeto de un ataque soviético. Por otro lado, también afirma que su alineamiento perjudicó fuertemente sus relaciones con los países del Tercer Mundo y del mundo árabe en especial, el cual había sido particularmente marginado por la política exterior turca desde la época de Ataturk.

Empezando con su participación como vocero de Occidente en la Conferencia de Bandung de 1955, Turquía se alineó en contra del Tercer Mundo en los foros internacionales, en los cuales, por ejemplo, se opuso a la posición de Egipto durante la crisis del Canal de Suez y votó en contra de la independencia de Algeria en 1958. Esto llevó a su relativo aislamiento en las Naciones Unidas, lo que le impidió, por ejemplo, que obtuviese los votos suficientes para impedir la adopción de una resolución sobre la crisis de Chipre que perjudicaba sus intereses. Al igual que Bozdaglioglu, Ahmet Davutoglu, quien fue uno de los grandes arquitectos de la nueva política exterior del gobierno de Erdogan, señala que la insistencia del kemalismo en priorizar exclusivamente las relaciones con Occidente en su afán por convertir a Turquía en una nación occidental impidió que el país aprovechase una serie de oportunidades estratégicas y lo condenó a las malas relaciones con sus vecinos.

En 1974, la segunda crisis de Chipre, en la cual Turquía sí intervino militarmente en la isla, llevó a que los Estados Unidos impongan un embargo de armamentos sobre el país. A partir de ese momento, Turquía procedió a diversificar su política exterior para reducir su dependencia en los Estados Unidos. Según Bozdaglioglu, esto se dio principalmente dentro del campo occidental, entre los países europeos, (y en menor medida con la Unión Soviética, en un contexto internacional de relajamiento de la Guerra Fría), puesto que todavía se mantenía el consenso kemalista y su concepción de la identidad turca, a diferencia de lo que va a ocurrir en las décadas posteriores.

La relación con Europa, y los no del todo exitosos intentos de Turquía de participar en el proceso de integración regional del continente constituyen el segundo gran pilar de las relaciones internacionales turcas del siglo XX. Desde la década del ‘50, el país demostró sus intenciones de ser parte de ese proyecto, y en 1963 se convirtió en miembro asociado de la Unión Europea después de la firma del Acuerdo de Ankara. Al igual que ocurrió con la participación turca en la OTAN, su asociación con la Unión Europea fue objeto de críticas por los efectos económicos negativos de la misma, en particular en torno a la firma de la unión aduanera en 1970. En ese momento, los oficiales del gobierno defendieron la medida alegando que la apertura económica era parte del mismo proceso de occidentalización que el alineamiento político con Europa y los Estados Unidos (4). Y de la misma manera que en el debate sobre la OTAN, los argumentos de los bandos a favor y en contra de la Unión Europea se planteaban en términos identitarios.

Sin embargo, para la década del ‘80 la entrada de Turquía a la Unión Europea como miembro completo estaba estancada, en parte gracias al golpe de Estado de 1980. A su vez, la entrada de Grecia en 1981 generó el temor entre la elite turca de que la Unión Europea no estaba dispuesta a aceptar la identidad europea de Turquía. Los europeos criticaban la falta de democracia tras el golpe de Estado, por lo que el régimen militar llamó a elecciones en 1983. El victorioso gobierno de Turgut Özal procedió rápidamente a introducir un nuevo plan de apertura económica para agilizar el proceso de entrada a la Unión Europea, el cual era visto como el sello definitivo que iba a garantizar el triunfo de la identidad europea de Turquía. En consecuencia, Turquía aplicó para ser miembro permanente en 1987. Sin embargo, Bozdaglioglu señala que para finales de la Guerra Fría la relación entre ella y la Unión Europea vuelve a entrar en dificultades a medida que Europa comienza a identificar una serie de elementos, en muchos casos de tipo cultural, que impiden la entrada de Turquía a la organización. Al mismo tiempo, la caída de la Unión Soviética redujo considerablemente la importancia estratégica del país que había incentivado originalmente a los Estados occidentales a aceptar a Turquía. Por último, a nivel doméstico Turquía estaba experimentando una rehabilitación del Islam, en un contexto de inestabilidad política en el cual la religión podía ser usada como una barrera contra los sectores de izquierda.

En medio de este panorama, el gobierno de Özal se convirtió en el primero en romper con algunos de los cánones del kemalismo, en especial en política exterior: a pesar de que continuó con los intentos de entrar en la Unión Europea, impulsó una política exterior más activa que priorizaba la construcción de relaciones de interdependencia económica con sus vecinos del Medio Oriente y de Asia Central, lo que llevó a que sea denominada como “neo-Otomana”, calificativo que también es usado para describir las aspiraciones de Erdogan. Según Ömer Yilmaz, Özal elaboró una re-interpretación del pensamiento kemalista que, si bien no descartaba su afinidad con la civilización occidental, también reivindicaba la historia otomana y el carácter islámico del país.

Bozdaglioglu argumenta que la década del ‘90 es el momento en el cual el paradigma kemalista entra verdaderamente en crisis, en gran medida producto del rechazo a la integración de Turquía en la Unión Europea. Dicho rechazo, que fue percibido como una negación del carácter europeo del país, llevó según el autor a una crisis identitaria que posibilitó el ascenso del Islam político. A su vez, su surgimiento fue acompañado de un contexto de creciente polarización entre las dos  identidades que componen la sociedad turca: la Turquía europea y secular que favoreció los vínculos con Occidente y dominó el Estado durante gran parte de su historia, y la Turquía islámica, que rechaza las bases del proyecto kemalista.

La mejor ilustración de la dualidad que caracterizaba a la vida política turca en este período es el gobierno de coalición de 1996: compuesto por el islamista Partido del Bienestar (Refah Partisi) y el secular Partido del Camino Verdadero (Dogru Yol Partisi) tras la victoria del primero en las elecciones del ‘95. Necmettin Erkaban, del Partido del Bienestar, se convirtió y procedió a implementar una política exterior orientada esencialmente al mundo árabe, a pesar de las protestas de sus compañeros de coalición. El principal legado de su gobierno fue la creación de Developing-8, una organización internacional que promueve la cooperación entre los 8 principales países islámicos en vías de desarrollo (5). Sin embargo, su estadía en el poder fue efímera. En 1997, el ejército turco, históricamente el principal guardián de los principios kemalistas, obligó a Erkaban a presentar la renuncia después de una larga campaña legal y política contra su gobierno, alegando que había atentado contra el carácter secular de la república. Bozdaglioglu plantea que, a pesar de su corta duración, el gobierno de Erkaban presentó el mayor desafío a la orientación tradicional de la política exterior turca en la historia del país.

De esa manera llegamos a la parte final de este recorrido histórico, que comienza en 2002 con la llegada al poder del AKP de Erdogan. La naturaleza del partido y las identidades que intenta construir han sido objeto de amplio debate, particularmente en lo que respecta a su relación con el Islam. A pesar de que el partido niega que se trate de un movimiento político islamista, el hecho de que varios de sus miembros, incluyendo a Erdogan, hayan sido parte del Partido del Desarrollo o cercanos a Erkaban llevó a que varios analistas lo inscriban en esa vertiente.

Bozdaglioglu y Birol Baskan se inscriben, con ciertas reservas, en esta posición. Ambos autores plantean que el AKP es un partido de origen islamista pero plenamente consciente del destino que tuvieron sus predecesores. Por lo tanto, la primera parte de su gobierno (2002-2009) se caracterizó por una política exterior que en general se apegaba a la orientación tradicional pro-occidental y un discurso relativamente moderado. En este período, el país redobló sus intentos de integrarse con la Unión Europea y enfatizó su compromiso con la OTAN. Según Alexandros Zachariades, este período se caracterizó por la relativamente limitada importancia de la identidad en la política exterior puesto que el foco principal estaba en la recuperación económica. Sin embargo, el AKP simultáneamente llevó a cabo una campaña silenciosa que apuntaba a reducir o eliminar las influencias kemalistas en el Estado y preparar el campo para una nueva política exterior con una impronta islámica más explicita, según argumenta Baskan.

De 2010-2011 en adelante, Medio Oriente comenzó a jugar un rol cada vez más central en la política exterior turca, tanto desde la retórica como desde las acciones concretas. Por ejemplo, Baskan señala que entre 2002 y 2018 el comercio entre Turquía y países de mayoría musulmana pasó de 8.5 mil millones de dólares a 69 mil millones. Al mismo tiempo,  Bozdaglioglu señala que a medida que Turquía se hacía más activa en la región, su relación con Estados Unidos y la Unión Europea se torna cada vez más conflictiva.

Por último, entre 2011 y 2013, el evento central en la política exterior turca es la Primavera Árabe, que el gobierno de Erdogan abrazó profundamente. Según Baskan, el alto grado de apoyo turco a este movimiento solamente se puede explicar por la influencia del pensamiento islamista entre la elite del AKP. El fracaso de la Primavera Árabe, sin embargo, dejó a Turquía casi completamente aislada en la región, con la excepción de Qatar, que se encontraba en una situación similar. A nivel doméstico, el gobierno tomó un giro cada vez más autoritario acompañado de una ideología “nacionalista islámica” cada vez más radical, en especial después del intento de golpe de Estado de 2016. Este curso se mantiene hasta la actualidad, y según Yasmeen Serhan, logró suplantar, finalmente, la concepción de la nación secular originada hace casi 100 años en el proyecto de Ataturk.

 

(1) Llamada así por el nombre de Mustafa Kemal Ataturk, fundador y primer líder de la República Turca, de la cual fue presidente entre 1923 y 1938.

(2) YÜCEL BOZDAGLIOGLU, Modernity, Identity and Turkey’s Foreign Policy, 2008, 62.

(3) YÜCEL BOZDAGLIOGLU, Turkish Foreign Policy and Turkish Identity, 2003, 67.

(4) Ibíd, 73.

(5) Bangladesh, Egipto, Nigeria, Indonesia, Irán, Malasia, Pakistán y Turquía.

 

Bibliografía:

YÜCEL BOZDAGLIOGLU, Modernity, Identity and Turkey's Foreign Policy, 2008.

YÜCEL BOZDAGLIOGLU, Turkish Foreign Policy and Turkish Identity, 2003.

NICHOLAS DANFORTH, Ideology and Pragmatism in Turkish Foreign Policy.

ÖMER YILMAZ, A Constructivist analysis of Turkish Foreign Policy in 1980s and 2000s, 2014.

BIROL BASKAN, Turkey's Pan-Islamist Foreign Policy, Cairo Review of Global Affairs, 2019. Recuperado de: enlace, último acceso 17/08/2020.

ALEXANDROS ZACHARIADES, Identity and Turkish Foreign Policy in the AK Parti Era, E-International Relations. Recuperado de: enlace, último acceso 17/08/2020.

YASMEEN SERHAN, The End of the Secular Republic, The Atlantic, 2020. Recuperado de: enlace, último acceso 17/08/2020.