El mensaje subliminal de la enfermedad

Por Francesca Muzi, 6 de mayo de 2020

El siglo XX fue testigo de uno de los períodos más contradictorios y paradójicos de la historia reciente: inició con optimismo, presenció el apocalipsis de dos guerras mundiales, y terminó con la configuración de un nuevo orden internacional que poco tiene que ver con la dinámica actual. El mundo experimentó el más profundo dolor y el más maravilloso esplendor; crisis y dictaduras sucumbieron a toda la humanidad a catástrofes difíciles de imaginar, y al final, la luz volvió a imperar, y aquello que antaño había azotado a unas y otras generaciones se convirtió en un mero fantasma, en recuerdos perdidos entre campos de batalla y calles desoladas... y claro está: la historia, nuestra historia, siempre deja algo que contar.

Ahora bien, ¿qué se puede decir del siglo XXI? ¿Del 2020? ¿De hoy? Ciertamente con el COVID-19 no hay nada nuevo bajo el sol: la gripe española, la asiática, el cólera, o el ébola que azotaron a gran parte del mundo durante el siglo pasado dan cuenta de ello. Y sin embargo, a pesar de que la historia se repita, la pandemia que hoy nos compete es, a la luz de la situación actual, toda una novedad. Economistas dirán que se avecina una recesión semejante a la Gran Depresión; ambientalistas, que la naturaleza necesitaba un respiro; políticos, que el virus será combatido y vencido entre todos. ¿Y la sociedad? ¿Qué piensa?

Lógicamente, encontraremos múltiples respuestas, tantas como personas hay en el mundo. Pero lo cierto es que, a pesar de la variedad de las mismas, hay una premisa común que las subyace: las personas no suelen cuestionar las cosas cuando todo va bien, pero cuando todo va mal, las preguntas no podrían ser más. “¿Cómo es posible?”, “¿cómo dejaron que se expandiera tanto?”, “¿será una exageración, o peor de lo que pensamos?”, “¿debería primar la economía, o la salud?”, “¿qué tan diferente será el mundo del mañana?”, “¿cuándo hallarán una vacuna efectiva?”

Preguntas complejas nunca tienen simples respuestas. Y tal vez la más difícil de responder sea la siguiente: ¿qué nos enseña esta pandemia?

Creímos ser capaces de dominar el mundo, de vivir libres en un sistema construido por nosotros mismos. Creímos estar más allá del calentamiento global, de la contaminación de mares y océanos, de la tala indiscriminada de árboles o de la extinción masiva de especies, pues puede que todo ello se estuviera cayendo a nuestro alrededor, pero ¿nosotros? Nosotros seguiríamos de pie.

Creímos que las guerras, la hambruna y la desigualdad eran problemas de algunos, de aquellos desdichados al otro lado de la frontera, al otro lado de la vereda. Creímos que no habría nada capaz de frenar la dinámica mundial, creímos tantas cosas… Y sin embargo, aquí estamos: dominados por una pandemia, presos de nuestro propio sistema, y mientras la naturaleza se recupera, nosotros nos convertimos en las nuevas víctimas de la guerra. Pero la gran novedad, y lo que verdaderamente da cuenta de nuestra vulnerabilidad, es el hecho de que quizá, por primera vez en mucho tiempo, todos enfrentamos un enemigo común, sin distinción de color, posición económica o educación. No se trata de un virus que afecta únicamente a aquellos al otro lado de la frontera, ni al otro lado de la vereda: es una amenaza para todos. Es un problema de todos. Es una lección para todos.

En días como hoy vale la pena preguntarse qué aprendimos, reflexionar y pensar sobre qué tan bien o mal hicimos las cosas, no solo como individuos sino como sociedad. Si le dimos importancia a las cosas correctas, qué priorizamos, y si cuidamos lo que en el fondo apreciamos.

En días como hoy vale la pena intentar al menos responder dichos interrogantes, pues allí se encuentra la clave del cambio. El cambio que necesita el mundo. El cambio que necesitas vos.