COMITÉ ESTADOS UNIDOS

Observatorio Estados Unidos / Boletín N° 117 / Abril 2022

Dirección: Roberto Russell

Edición: Analía Amarelle / Equipo redactor: Federico Bursky, Catalina Sandberg y Carla Gebetsberger

 

INDICE

 

LA GUERRA EN UCRANIA: ¿LA CONTINUIDAD DE LA GUERRA FRÍA? Por Roberto Russell, Director del Comité de Estados Unidos

 

POLÍTICA INTERNA DE ESTADOS UNIDOS

La constante problemática demócrata: la popularidad de Biden no logra recuperarse

 

POLÍTICA Y RELACIONES EXTERIORES DE ESTADOS UNIDOS

La guerra continúa, ¿hacia un futuro de mayor inestabilidad e incertidumbre en las relaciones internacionales?

 

ESTADOS UNIDOS Y AMÉRICA LATINA

Cooperar para competir

 

 

LA GUERRA EN UCRANIA: ¿LA CONTINUIDAD DE LA GUERRA FRÍA? Por Roberto Russell, Director del Comité de Estados Unidos

 

La guerra elegida por Rusia en Ucrania ha dado lugar a una proliferación de opiniones diversas sobre sus implicancias para la configuración del orden internacional. Hay opiniones para todos los gustos. Se habla del punto de inflexión final del orden internacional de la posguerra fría o, sin ir tan lejos, de un hito mayor que acelera tendencias que ya estaban en curso y que da pie para otras nuevas poco alentadoras. Una de las opiniones más interesantes y originales es la que ofrece Stephen Kotkin en un reciente artículo publicado en Foreign Affairs. Entre otros aspectos que cabe destacar, nos advierte que argumentar "que la Guerra Fría terminó es reducir ese conflicto a la existencia del Estado soviético". Para este autor, la visión prevaleciente en Occidente en los noventa sustentada en la idea de un "orden internacional liberal" liderado por Estados Unidos que pudiera integrar teóricamente al mundo entero –incluyendo sociedades que no comparten las instituciones y los valores de occidentales– oscureció la obstinada persistencia de la geopolítica. En sus palabras: "Las tres civilizaciones antiguas de Eurasia –China, Irán y Rusia– no se desvanecieron, y ya en los noventa, sus elites claramente demostraron que no tenían ninguna intención de participar en un solo "mundismo" basado en los términos fijados por Occidente". Más aún, China y Rusia comenzaron a desarrollar desde hace dos décadas y a la luz del día una sociedad de mutua confrontación a Occidente. Así, según su análisis, no tiene sentido enredarse en la discusión sobre si hay o no (o debería haber o no) una nueva Guerra Fría; las rivalidades geopolíticas a las que asistimos no son para nada nuevas. Y concluye, rescatando la necesidad de fortalecer al bloque que denomina "the non-geographic West": "Aun los más comprometidos liberales internacionalistas, incluyendo algunos de la administración Biden, están comenzado a ver que las rivalidades persistentes constituyen una Guerra Fría en curso –y que el mundo tal como es adquirió forma no en 1989-91 sino en la década de 1940, cuando la mayor esfera de influencia en la historia se creó deliberadamente para contener a la Unión Soviética y a Stalin. Es fundamentalmente una esfera de influencia voluntaria… en contraste con la que persiguen Rusia en Ucrania y China en su región y más allá". Bajo el supuesto de que los imperios vienen y van y que los bloques perduran, el autor concluye que nada es más importante que la unidad de Occidente frente a China y Rusia.

Por cierto, las opiniones de Kotkin ya han abierto nuevos debates. Otros temas o tendencias que están sobre la mesa a raíz de la invasión de Rusia a Ucrania aparecen menos controvertibles y exponen los rasgos que probablemente determinen la política internacional de los próximos años.

Primero, la acentuación de la tendencia a la formación de dos campos hostiles con valores opuestos y diferentes concepciones de la política en los que la competencia estratégica entre Estados Unidos y China ocupará el centro de la escena, aunque lo que Washington denomina en su nueva y aún incompleta Estrategia de Seguridad Nacional el "desafío de Rusia en Europa" demandará al gobierno de Biden mucho tiempo y recursos. Algunos países tomarán decididamente partido por uno de los campos y muchos otros buscarán con grandes dificultades mantener un pie en los dos.

La invasión de Rusia a Ucrania ha revitalizado y dotado de un nuevo sentido de misión a la OTAN, probablemente impulse a Europa a buscar una mayor autonomía estratégica y a Japón, Corea del Sur y Taiwán a realizar mayores esfuerzos para formar una coalición para equilibrar a China en el Asia Pacífico. El papel más asertivo que jugará Alemania en favor de la seguridad europea constituye en sí mismo un elemento de alta política de primera importancia, dado que la reunificación alemana no se había traducido hasta la actual guerra en Ucrania en un factor geopolítico de relevancia. Es altamente probable, por otra parte, que se profundice la alianza entre China y Rusia. Vale anotar que Beijing se ha posicionado hasta ahora frente a la invasión rusa desde la lente de su rivalidad con Washington. El vínculo estrecho con Moscú, le proporciona a China seguridad en su frontera norte, recursos materiales y un espacio fundamental para expresar un enfoque común en contra del "unipolarismo" y frente a las amenazas de Occidente a sus valores y regímenes políticos.

El segundo efecto palpable de la guerra es la creciente subordinación de la economía internacional a las razones de la geopolítica. De este modo, parece acelerarse la tendencia a un mayor desacople de la economía internacional que había ganado impulso con la pandemia de COVID-19 y que ha llevado a muchos analistas a proponernos que podríamos estar en presencia del fin de la segunda década dorada de la globalización. Muchos indicadores ayudan a validar la sentencia de Kenneth Waltz: en el sistema internacional las consideraciones de seguridad subordinan las ganancias económicas a los intereses políticos y de seguridad. El ejemplo más a mano son los planes de la Unión Europea para reducir en dos tercios su fuerte dependencia del gas que proviene de Rusia para fines de 2022 y poner fin a las importaciones de combustibles fósiles de ese origen antes de 2030. Por su parte, el gobierno de Biden firmó recientemente dos proyectos de ley que ponen límites a las relaciones comerciales con Rusia y prohíben la importación de petróleo de ese país.

Tercero, es muy probable que la guerra en Ucrania haga aún más pronunciado el desafío que hoy enfrenta la democracia en casi todo el mundo. Al respecto, es interesante y preocupante ver el Índice de Democracia que prepara anualmente The Economist Intelligence Unit. Según el Índice de 2021, solo el 6,4% de la población mundial vive en democracias plenas mientras que un 39,3% vive en democracias defectuosas, 17,2% en democracias híbridas y un 37,1% en regímenes autoritarios.

Cuarto, como lo acaba de señalar el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, la guerra ha lanzado un "silencioso asalto contra el mundo en desarrollo", donde la mayoría de sus países todavía sufren los efectos de la pandemia de COVID-19. Según su opinión, la situación que atravesamos podría arrastrar a la pobreza, a la indigencia y al hambre a 1700 millones de personas, eso es, a más de un quinto de la población mundial. La contracara penosa de esta situación es la quinta consecuencia de la invasión rusa a Ucrania: el aumento de la carrera de armamentos a nivel global.

Por último, es claro que en este contexto la presencia de China y, en menor medida, de Rusia en América Latina despierta un mayor interés estratégico de Estados Unidos en la región. Como en otras fases de las relaciones interamericanas, la principal preocupación de Estados Unidos a nivel global, esto es la contención de China, y ahora también de Rusia, coincide progresivamente con este mismo objetivo en América Latina, particularmente en el Cono Sur. Este es un factor que tiende a resignificar la relevancia estratégica que Washington asigna a la región y, al mismo tiempo, es un desafío estratégico mayúsculo para los países que la integran, fundamentalmente por sus vínculos con China, que los obliga a tener un pie en cada campo. Un reto que adquirirá proporciones mayores en la medida en que se consoliden dos campos hostiles.

 

 

POLÍTICA INTERNA DE ESTADOS UNIDOS

 

 

La constante problemática demócrata: la popularidad de Biden no logra recuperarse

Fuente: USNews

A pocos meses de las elecciones de medio término, una de las problemáticas más relevantes que enfrenta la administración de Biden es el rating de aprobación del presidente. Los esfuerzos realizados para percibir beneficios políticos, como consecuencia de haber controlado la pandemia y de haber evidenciado una recuperación en el índice de empleo, no están dando resultado: la desaprobación de la gestión del gobierno se encuentra por arriba del 50%, según una encuesta de Five Thirty Eight (The Wall Street Journal). Más preocupantes aún son los resultados en la población menor a 30 años. En este corte demográfico, la aprobación de Biden es la más baja experimentada por un presidente demócrata en décadas (Politico).

Según Edward Luce, de Financial Times, los factores que desembocaron en la derrota demócrata en Virginia, hacia finales de 2021, se han intensificado desde entonces. Una de las preocupaciones principales es la inflación, que llegó el mes pasado a +8.5%, siendo la más alta desde diciembre de 1981. Si bien el mercado de empleo y los salarios están en alza, el incremento de precios es mayor, y los salarios ajustados a la inflación no llegan a recuperarse. Otro foco de intranquilidad son las restricciones por la pandemia, que gran parte de la población opina que ya no son necesarias. Asimismo, el posible aumento de la inmigración ilegal ha retomado protagonismo. El 1ro. de abril el presidente Biden anunció que a partir del 23 de mayo dejaría de tener efecto el Title 42. La restricción fue impuesta durante la presidencia de Trump como parte de las medidas tomadas para contrarrestar la pandemia. La misma negaba el paso a gran parte de los inmigrantes que piden asilo en Estados Unidos (Beaumont, Al Jazeera). Según una investigación de Morning Consult el 54% de los votantes registrados se oponen a la decisión del presidente (Easley, Morning Consult). Por último, el crecimiento de la tasa de crimen también genera preocupaciones. A medida que el índice empeora en las grandes ciudades y los republicanos enfocan parte de su estrategia en esta problemática, Biden analiza cambios en la legislación sobre las llamadas "ghostguns" (Holland & Bose, Reuters).

Un artículo de opinión en The New York Times compila análisis de diversos especialistas que intentan explicar la situación que atraviesa el Partido Demócrata. Ruy Teixeira, coeditor de The Liberal Patriot, argumenta que la imagen demócrata se encuentra dañada. Sostiene que la izquierda cultural ha logrado asociar al Partido con una determinada visión acerca de problemáticas como el crimen, la inmigración, la actuación de la policía, la libertad de expresión y el racismo. Al estar esta visión alejada de las opiniones del votante medio, se convierte en un riesgo electoral para los demócratas. De manera similar, Sarah Anzia, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Berkeley, explica que gran parte de los votantes demócratas se encuentran concentrados en ciudades progresistas, y que empujan al Partido hacia una posición más polarizada, en vez de moderada (Edsall, The New York Times).

Otro argumento gira en torno a la desilusión de los votantes de Biden. Si bien se han alcanzado logros, como por ejemplo el estímulo del American Rescue Plan y la Ley de Infraestructura, los demócratas han experimentado en el último año dificultades para avanzar algunas de sus mayores prioridades. Por divisiones internas del partido, no han podido aprobar políticas que aborden el cambio climático, ni tampoco una legislación que proteja el derecho a voto (Zhou, Vox). Eric Schickler, científico político en Berkeley University, sostiene que este "ciclo de desilusión y recriminación" probablemente tome protagonismo en las elecciones de medio término. Además, argumenta que los predecesores demócratas, Bill Clinton en 1994 y Barack Obama en 2010, sufrieron el mismo patrón: los republicanos construyen una única oposición a la agenda demócrata mientras que los demócratas se esfuerzan por alinear a sus miembros detrás de un único programa, generando frustración en el electorado (Edsall, The New York Times).

Por su parte, los republicanos ya han puesto en marcha su propia estrategia: mencionan de manera constante a la inflación y las alzas en los costos de energía, y retratan a los demócratas como "blandos" frente a las problemáticas del crimen y la inmigración (Lucey, The Wall Street Journal). Según la CNN, distintos grupos republicanos han producido 93 publicidades televisivas responsabilizando a Biden por la inflación, invirtiendo 13 millones de dólares desde 2021 hasta la fecha. Por su parte, los demócratas produjeron solamente 2 publicidades abordando la inflación, y han invertido la suma de $600.000 dólares (Wright, CNN).

Sin embargo, el Partido Republicano no está exento de problemas internos. Enfrenta divisiones derivadas de las discusiones sobre la influencia que debería tener Trump en el Partido y sobre la agenda que presentarán a sus votantes. Las posiciones contrapuestas entre el expresidente y Mitch McConnell, líder de la minoría del Senado, se acentúan a medida que se aproximan las elecciones de medio término. El Partido aún no logra ponerse de acuerdo sobre los hechos sucedidos el 6 de enero en el Capitolio, sobre si se debe reconocer a Biden como un presidente legítimo o si la elección presidencial fue, como Trump sostiene, una "Big Lie". El resultado del enfrentamiento podría tener importantes consecuencias en el futuro, no solo para el Partido Republicano, sino también para Estados Unidos (Lemon, Newsweek).

Por otro lado, la guerra en Ucrania no ha tenido gran efecto en la imagen doméstica de Joe Biden. Si bien las encuestas muestran que la mayoría de la población está de acuerdo con las acciones que ha llevado a cabo el presidente, el conflicto en Europa del Este no es calificado como algo crítico; no está dentro de la lista de preocupaciones más importantes. Inclusive, la situación en Ucrania ha exacerbado los problemas que experimentaba Biden antes del conflicto: principalmente la inflación y las perspectivas de crecimiento económico. En ese sentido, Luce argumenta que la invasión de Putin en Ucrania tiene un componente irónico, en tanto ha oscurecido aún más el panorama doméstico de Biden para las próximas elecciones. Una pérdida demócrata en el Capitolio paralizaría la agenda doméstica del presidente, aumentando las chances de una victoria republicana en 2024. De esta manera, Luce sostiene que la vuelta al poder de Trump ofrecería una salida de Ucrania favorable para Putin, en tanto el líder del Partido Republicano tiene un historial amistoso con Rusia (Luce, Financial Times).

¿Qué pueden hacer los demócratas? Hillary Clinton afirmó que tienen "una gran historia para contar" pero que necesitan "hacer un mejor trabajo contándola". Los asesores de Biden sostienen que mostrar el progreso económico y el control de la pandemia ayudará a los resultados en noviembre (Lucey, The Wall Street Journal).

Por su parte, Zhou opina que los demócratas tienen que energizar su base electoral (Zhou, Vox). En ese sentido, la visita de Barack Obama a la Casa Blanca el martes 5 de abril puede ser vista como un intento del gobierno por mejorar su popularidad. Los demócratas necesitan un shock de energía en estos momentos y Obama parece ser el indicado para proporcionarlo: el expresidente cuenta con altos índices de aprobación en la base electoral del Partido Demócrata (Parnes & Samuels, The Hill).

En línea con las declaraciones de Hillary Clinton, Hunt-Hendrix, en su reciente artículo en Politico, argumenta que la razón por la cual los demócratas están perdiendo apoyo es por fallas en la estrategia de comunicación y marketing. Para este analista, el problema es que el Partido es percibido como desasociado de los trabajadores y de los ciudadanos que están atravesando situaciones económicas difíciles. Hunt-Hendrix afirma que para ganar las elecciones de medio término necesitan contar una historia sobre cómo van a asegurar la prosperidad y la justicia para todos (Hunt-Hendrix, Politico).

 

 

POLÍTICA Y RELACIONES EXTERIORES DE ESTADOS UNIDOS

 

 

La guerra continúa, ¿hacia un futuro de mayor inestabilidad e incertidumbre en las relaciones internacionales?

Fuente: Reuters/BrendanMcDermid

Entre otros temas importantes, la guerra en Ucrania ha abierto nuevos interrogantes y debates sobre el papel de Estados Unidos como líder del bloque occidental, el alcance de la renovada cohesión de este bloque y el nuevo sentido estratégico de la OTAN.

Para Stephen Walt (Foreign Policy) los hechos recientes no deberían desviar la atención estadounidense de su competencia estratégica con China. A ese fin, sostiene la necesidad de que Washington acompañe el "despertar geopolítico" de los países europeos, de forma tal de poder desligarse paulatinamente de garantizar su seguridad hasta tanto puedan auto-proveérsela.

En los cimientos de su argumento se encuentran elementos tales como la notable superioridad de los países europeos en lo que a PBI y población respecta en comparación con Rusia, los cuales les permitirían desarrollar sus capacidades en materia de defensa y protegerse de su vecino euroasiático. Por ello, concluye que la invasión rusa a Ucrania debe ser el disparador para que el vínculo transatlántico se reconfigure y se acerque más a una forma de relación donde no haya un proveedor y un receptor de seguridad, sino más bien una cooperación y un asesoramiento que permita que cada uno atienda sus objetivos prioritarios.

En un espectro más amplio, pareciera que Estados Unidos no establece la agenda de las grandes democracias del mundo. Shivshankar Menon (Foreign Affairs) señala que este grupo de países, al que el presidente Biden ha apostado a unificar desde el inicio de su mandato, se muestra resquebrajado en las circunstancias actuales. India y Sudáfrica no acompañaron la posición estadounidense en la votación del 2 de marzo en la Asamblea General de la ONU, así como Brasil y México tampoco adoptaron sanciones con miras a aislar a Rusia, como sí lo hicieron Europa, Japón o Australia. Ello da cuenta de la debilidad de la democracia como rectora de las alianzas y posiciones comunes que se supone debieran tener los países que la comparten.

Por su parte, Asia tampoco resulta sencilla a la hora de alinear estrategias. Menon destaca que los países de este continente se caracterizan por contar con múltiples alianzas y vínculos con otras naciones asiáticas (incluso trascendiendo diferencias como el tipo de régimen político). En general, el patrón se compone de una fuerte dependencia económica de China y otra en materia de seguridad de Estados Unidos. En casos como el de India, la dependencia es aún más diversa al ser Rusia un socio geopolítico para sus intereses en Eurasia y su más importante proveedor de armamentos. Menon concluye que será muy difícil para Biden alinear a todos sus socios del continente contra Rusia y China si ello implicara dañar o terminar las relaciones con estos países dado que Washington no podría subsanar el daño que padecerían en caso de alinearse plenamente con Estados Unidos.

Peter Birgbauer (The Diplomat) argumenta en un sentido similar. A los puntos esbozados por Menon, añade que desde que Obama quiso priorizar a Asia en la política exterior estadounidense, siempre hubo hechos que desviaron la atención de Washington y mermaron la efectividad de esta estrategia. El resurgir del terrorismo con ISIS, la búsqueda de un acuerdo nuclear con Irán y la accidentada retirada de Afganistán son algunos de los ejemplos que cita. La guerra de Ucrania no es la excepción a esa tendencia: al acaparar recursos estadounidenses que no pueden destinarse al continente asiático, este queda parcialmente desatendido por el gobierno de Biden y ello facilita la construcción y expansión del poder de China en esta geografía.

No obstante, Estados Unidos tiene varias cartas para jugar. Una de las principales es su alianza con India. Al respecto, C. Raja Mohan (Foreign Policy) subraya los avances que han tenido ambos Estados en los últimos años para contrarrestar lo que venía siendo una creciente influencia de China en varios países del continente. Sri Lanka, Pakistán y las Islas Maldivas son algunos de los casos recientes donde los intereses de Biden y Modi convergen y logran que, por ejemplo, dichos países reasignen contratos firmados con China a la India o firmen acuerdos múltiples con Estados Unidos.

Desde una perspectiva comparada, Kishore Mahbubani (Foreign Policy) retoma varios puntos desarrollados por Menon y extrae algunas sugerencias para la estrategia asiática de Biden. Una cuestión destacable es que los principales aliados estadounidenses del Indo-Pacífico, como Australia o Japón, están más abiertos a hacerse cargo de su defensa que sus pares europeos. Dicha predisposición, sumada a sus capacidades materiales, permitiría eventualmente una intervención militar directa y más veloz en caso de que China avanzara sobre Taiwán, a diferencia de lo que ha ocurrido con la invasión rusa a Ucrania donde Occidente intervino vía sanciones y la provisión de armamento. Sin embargo, Mahbubani advierte que ello es altamente improbable debido a los múltiples lazos que unen a los países del continente y los elevados costos que implicaría para las naciones asiáticas obrar de esa forma. Por ello, opina que Biden debería abandonar el tajante enfoque moral entre buenos y malos adoptado contra Putin para su estrategia del Indo-Pacífico, ya que no lograría tener la misma respuesta coordinada que sí tuvo con Europa.

En medio de la redistribución de poder a Asia y el ascenso de China, la guerra de Ucrania también lleva a replantearse si traerá consigo cambios profundos en la escena internacional. A diferencia de las reacciones militares tradicionales frente a la alianza del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, Shannon O'Neil (Foreign Policy) subraya el nuevo enfoque económico-financiero que Estados Unidos y sus aliados han adoptado para hacer frente a la invasión rusa. En caso de que Washington prevalezca (entendido como una retirada de Putin o incluso cierta pérdida de poder del mandatario), O'Neil sostiene que ello reconfiguraría la noción de qué es ser un gran poder en el siglo XXI: la vara ya no se definiría por quién vence en enfrentamientos directos, sino antes bien por quién es capaz de limitar y/o torcer el comportamiento de otros actores por medios económico-financieros.

Al pasar revista de los ganadores y perdedores de la guerra hasta aquí, Richard Haass (CFR) encuentra que, en términos de países, Occidente se ha fortalecido y unificado, mientras que Rusia está pagando un elevado precio por la guerra y China ve afectada su imagen global al situarse tan cercana a Putin. A nivel institucional, comenta que los organismos multilaterales, especialmente la ONU y su Consejo de Seguridad, saldrán profundamente debilitados al no haber sido capaces de ofrecer una respuesta efectiva. Por último, en cuanto a los cimientos del sistema internacional, Haass concluye que la invasión de Rusia a Ucrania no ha hecho más que debilitar la garantía más básica de estabilidad de este sistema: que ninguna frontera será modificada por medio de la fuerza. En consecuencia, sin instituciones multilaterales fuertes y con los principios más elementales puestos en jaque, el sistema internacional pareciera dirigirse hacia un futuro de mayor inestabilidad e incertidumbre.

 

 

ESTADOS UNIDOS Y AMÉRICA LATINA

 

 

Cooperar para competir

Fuente: The Inter-American Dialogue

El último informe Linowitz del Inter-American Dialogue, The Case for Renewed Cooperation in a Troubled Hemisphere, publicado el 31 de marzo, realiza un diagnóstico del entorno político actual de América Latina y su relación con Estados Unidos, de cara a la Novena Cumbre de las Américas a realizarse en junio de este año en Los Ángeles (US Department of State).

La Administración Biden ha planteado una política para América Latina que busca enfatizar la diplomacia por sobre las sanciones y promover una agenda de cooperación más amplia que la de su antecesor. Ejemplo de ello ha sido la reactivación de la ayuda oficial para el desarrollo (Inter-American Dialogue). Separándose del enfoque de Trump frente a la cuestión migratoria, Biden otorgó el estatus de protección temporal (TPS) a los refugiados venezolanos en Estados Unidos, e incrementó el número de visas de trabajo temporal a Centroamérica. También comenzó a reconstruir la arquitectura institucional en su relación con México, atrofiada por la administración que lo antecedió. Sin embargo, de acuerdo al informe, la política de Biden para el hemisferio encuentra serios obstáculos debido a las limitaciones de su capital político, la falta de interés de los gobiernos latinoamericanos y el empeoramiento de tendencias regionales. La corrupción, la inseguridad ciudadana y la ausencia de derechos económicos y sociales tienden a securitizarse "por tres razones principales: por su potencial de desestabilización, por su impacto en el desplazamiento forzado o voluntario de personas que buscan acceder al territorio del núcleo y por el terreno fértil que ofrecen a la actividad y expansión de las redes criminales" (Russell y Calle, CEBRI) (1).

Con el objetivo de fortalecer la cooperación internacional regional, el informe se enfoca en cinco temas clave que afectan especialmente a América Latina, pero que también se han agravado en los Estados Unidos en los últimos años: (1) las amenazas a la democracia y el estado de derecho; (2) el desarrollo social y económico; (3) la salud y el impacto duradero de la pandemia; (4) la actual crisis migratoria y de refugiados; (5) la cooperación hemisférica. Pese a destacar a la región como la más democrática del mundo en desarrollo, el informe identifica a la corrupción y a la violación de los derechos humanos como principales amenazas (1). El bajo desempeño económico de la región es reflejado en el trabajo a través de tensiones sociales y la volatilidad política en América Latina y el Caribe (2). Asimismo, las brechas de infraestructura en materia de salud, expuestas durante la pandemia de COVID-19, revelaron desigualdades sociales más profundas (3). Se suma a estas cuestiones la actual crisis migratoria, producto del éxodo venezolano y el flujo de migrantes que llegan a la frontera entre Estados Unidos y México provenientes mayormente del Triángulo Norte de América Central: Guatemala, Honduras y El Salvador. El fuerte aumento de la migración a través de la frontera entre Estados Unidos y México es señalado en el informe como el mayor desafío a contener (4). En materia de cooperación regional se advierte un continuo desgaste institucional entre los países de la región y su vínculo con Estados Unidos (5).

Del informe se desprende que estas tendencias se profundizan de manera simultánea al fortalecimiento de la presencia de China en la región y en menor medida de Rusia. El creciente interés de los países de América Latina y el Caribe por China para alcanzar sus objetivos económicos dejan a Estados Unidos en una posición que difícilmente pueda superar la demanda China de importación de commodities y su oferta en materia tecnológica y de desarrollo de infraestructura. Entre 2005 y 2021 los bancos chinos prestaron más de 136.800 millones de dólares estadounidenses a América Latina (Inter-American Dialogue). El comercio chino con la región se ha multiplicado por 26 en los últimos 20 años, y los expertos esperan que se duplique para 2035 (World Economic Forum). Frente a este escenario, el fortalecimiento de la posición de Estados Unidos en América Latina ha sido señalado como un imperativo estratégico por distintos expertos y funcionarios estadounidenses (Adam Ratzlaff y Emma Woods, Global Americans). La Administración Biden ha buscado atender a este objetivo. Ejemplo de ello son las donaciones de vacunas a la región, que totalizaron unos sesenta y cinco millones de dosis a principios de 2022 (US Department of State), y el envío de misiones diplomáticas a América Latina y el Caribe con el objetivo de identificar necesidades de inversión en infraestructura para acercar capitales estadounidenses a la región.

A estos esfuerzos se añade el proyecto estadounidense más ambicioso presentado en respuesta al Belt and Road Initiative, el "Build Back Better World" (3BW) (2). Aún así, distintos expertos afirman que Biden no está siendo efectivo en su estrategia (Diana Roy, Council on Foreign Relations; Dave Lawler Stef W. Kight, AXIOS) y apuntan específicamente al 3BW. En un reporte publicado en enero de este año titulado Preparing for Deterioration of the Latin America and Caribbean Strategic Environment, que sirvió de insumo al Western Hemisphere Security Strategy Act of 2022 in Congress (US-China Economic and Security Review Commission), Evan Ellis señala la imposibilidad de movilizar recursos suficientes para invertir en la región. Además, los problemas domésticos dificultan que Estados Unidos articule y proyecte una política exterior de inversión. El informe del Inter-American Dialogue destaca en este sentido que "las políticas de la nueva administración en el hemisferio se han visto limitadas por presiones internas, capital político limitado y falta de interés de los gobiernos latinoamericanos". Sin embargo, alejado de la perspectiva del Western Hemisphere Security Strategy Act (que propone la confección de un régimen de sanciones y endurecimiento en la relación con los países latinoamericanos que continúen abonando sus relaciones con China), insiste en la necesidad de avanzar en el fortalecimiento de la cooperación regional a través de temas específicos con cada uno de los países de la región y, en consecuencia, de dejar de lado por inviable el diseño de estrategias de alcance continental. Se trata de identificar grupos de gobiernos con ideas afines para abordar temas específicos de interés común.

La competencia de los grandes poderes en la región cobra mayor relevancia en un contexto en el que las instituciones pierden capacidad regulatoria (Andrés Malamud, Nueva Sociedad). El fortalecimiento y la reforma de organizaciones como la OEA y el BID, según el Informe, devienen especialmente relevantes para atender a los intereses de un hemisferio fuertemente fracturado. Actualmente, los gobiernos de los países de América Latina y el Caribe reflejan profundas divisiones internas y muestran un interés escaso y esporádico en cooperar con otros países de la región o con Estados Unidos. Los líderes parecen abrumados por los problemas internos y tienen poco tiempo o capital político para gastar en iniciativas de política exterior. Los líderes naturales de la región, Brasil y México, no han mostrado mucha disposición o capacidad para liderar incluso en sus áreas tradicionales de influencia, América del Sur y América Central, respectivamente. Tampoco han surgido en la región países que pudieran actuar como "ordenadores económicos" del mercado regional (Andrés Malamud, Nueva Sociedad).

En América Latina, si bien la mayoría de los países defienden la idea de la solidaridad latinoamericana, los mecanismos de integración y cooperación regional se han debilitado notablemente. En la última década, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) ha tenido un papel deslucido, aunque ahora sirve como plataforma para las relaciones de China con la región. Agrupaciones económicas como el Mercosur e incluso la Alianza del Pacífico, que alguna vez fue altamente productiva, han perdido fuerza, en gran parte como resultado de dificultades políticas internas, diferentes intereses económicos y diferencias ideológicas entre los miembros. Esto último se refleja con especial claridad en la falta de alineamientos en ámbitos multilaterales. En este sentido, las votaciones de los países latinoamericanos en distintas instancias de deliberación multilateral frente a la invasión de Rusia a Ucrania vuelven a poner en evidencia la heterogeneidad y la fragmentación de la región (Ver Boletín Nº 116 del Observatorio). Recientemente, esto mismo pudo observarse en la última votación para expulsar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Bolivia, Cuba y Nicaragua votaron el rechazo. Brasil (fuertemente dependiente de los fertilizantes rusos), México (con una histórica política de no intervención), El Salvador, Guyana, Surinam, Trinidad y Tobago y Barbados se abstuvieron. Colombia, Honduras, Costa Rica, Chile, Uruguay y Argentina apoyaron la iniciativa.

No se observa la tradicional división entre países de "izquierda" o "derecha". La ausencia de bloques subregionales y alineaciones claras parecen dar la razón a las reflexiones que abonan la necesidad de alejarse de una estrategia continental homogénea y buscar objetivos particulares por país o grupo de países. Ejemplo de ello es la apertura en las líneas de comunicación con Cuba; la autorización del Congreso de DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia); o la promoción de una reforma de las políticas antidrogas con especial atención a la situación en Haití. La Novena Cumbre de las Américas se presenta como una oportunidad para Estados Unidos para mejorar la cooperación en temas específicos, en particular la asistencia para el desarrollo y la promoción de acuerdos de libre comercio e inversión de escala modesta.

 

NOTAS:

 

(1) En su visita a Ecuador en octubre de 2021, el secretario de Estado, Anthony Blinken, señaló a estas cuestiones como los tres desafíos "críticamente importantes" para Estados Unidos en el Hemisferio Occidental.

(2) Se trata de un conjunto de proyectos aprobados por la Ley de Construcción de 2019 con el fin de impulsar la asistencia estadounidense para la infraestructura en el extranjero que fueron rebautizados por la Administración Biden como "Build Back Better World".

 

El Observatorio Estados Unidos brinda información por medio del seguimiento en los medios de prensa de los principales acontecimientos vinculados a la política interna norteamericana, a los Estados Unidos y el mundo, y a los Estados Unidos y América Latina en particular. Las opiniones expresadas en esta publicación son exclusiva responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento del CARI.

 

 

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